Es común encontrar una clara tendencia de los jóvenes a escuchar la música a un volumen muy alto, tanto en casa como, por supuesto, en los locales que frecuentan, pero, ¿porqué esa predisposición?.
Las causas más comunes parecen ser el disfrute, la evasión y la inyección de energía que la música a alto volumen parece aportarles a estas personas. Pero esta práctica también tiene connotaciones peligrosas y perjudiciales a largo plazo, muchas veces desconocidas (o ignoradas) por los jóvenes.
En el artículo “Attitudes, rewards and listening habits in Danish Youth”, de Morin Reiness, Carsten Daugaard y Per Nielsen, aparecen los datos de una encuesta realizada a un grupo de estudio compuesto por 1800 jóvenes daneses, con la cual, pudieron evaluarse aspectos como los hábitos de escucha de los chicos/as, su exposición sonora real y los estímulos que se percibían al escuchar música.
Los resultados indicaron que sobre un 10% de los participantes escuchaban música durante más tiempo y a mayor volumen que el resto, formando a pasar un grupo de riesgo entre los encuestados. Esto sugiere que dicho grupo tendría una mayor probabilidad de padecer perjuicios directos sobre su salud auditiva, disminuyendo su capacidad de audición y pudiendo llegar incluso a padecer tinnitus y/o pérdida de oído.
Igualmente se preguntó a los jóvenes sobre su predisposición a recibir información sobre los efectos que la música a alto volumen podía producir, y sobre cuáles eran los medios de comunicación preferidos para recibir este tipo de información preventiva. Ante esto, los adolescentes se mostraron interesados en recibir este tipo de información y respondieron que preferían la televisión, los anuncios o a los médicos y enfermeras como canal informativo.
A tenor de los datos aportados por esta, y por otras muchas encuestas y estudios realizados en todo el mundo, se consideran múltiples medidas preventivas para evitar los efectos negativos que esta práctica conlleva. Entre ellas nos encontramos, por ejemplo: