El deleite gastronómico y el recreo musical son actividades compatibles, pero combinarlas no resulta sencillo.
Es importante tener en cuenta que, en un restaurante, la acción fundamental es la de comer, mientras que la música desempeña una función de acompañante, de amortiguar la incomodidad de los silencios y aportar al ambiente calidez y un cierto hechizo.
Por eso hay que apostar por un volumen que no distraiga en exceso la atención del cliente ni constituya una amenaza para la correcta fluidez de la conversación. Por lo que respeta al estilo, son aconsejables las músicas suaves y reposadas, que no deparen grandes estridencias, aunque cada uno tiene sus propias inclinaciones.
Una de las opciones predilectas de muchos restaurantes es la música clásica. Se trata, generalmente, de piezas que cumplen a la perfección su papel de discretos guardianes de la comida o la cena. Son especialmente efectivas las músicas para piano. En este sentido, deberían formar parte del repertorio de cualquier restaurante las Nocturnas de Chopin, los Preludios de Debussy y las Sonatas de Brahms.
El jazz puede también convertirse en el complemento ideal de un banquete, creando un clima sugerente y acogedor. Las canciones interpretadas por Diana Krall son una delicia ineludible para cualquier tímpano, perfectas para escucharlas mientras se degusta un buen plato. El trompetista Miles Davis, uno de los estandartes del bebop, sería un fantástico compañero para tomar las copas ulteriores a la comida. También se puede optar por un jazz más exótico, ya sea latino (Michel Camilo), aflamencado (Paco de Lucía) o bossa nova (Vinicius de Moraes).
Si la música para restaurantes es eminentemente sosegada, no pueden faltar unos cuantos temas chill-out. Buddha Bar, Café del Mar y Moby son tres magníficos ejemplos. Tampoco podemos desestimar, aunque en un principio nos pueda parecer poco apropiada, la música rock. Baladas como Stairway to heaven de Led Zeppelin, Hotel California de The Eagles o Tallulah de Sonata Arctica son aptas para todo tipo de situaciones. Si se prefiere añadir un tanto de frescura, nos podemos atrever con los Beatles, los Rolling Stones o Jimi Hendrix. Pink Floyd juega en otra liga: su música es tan universal que es más que probable que despierte la satisfacción de los comensales.
Hemos visto que hay una amplísima gama donde elegir. Lo primordial es que la música se conjugue con el acto gastronómico y que no represente ninguna interferencia o, aún peor, ninguna molestia.